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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-07-11 | [This text should be read in espanol] |
TobÃas no querÃa ser alarmista, pero pensaba que ya estaban llegando muy lejos. DebÃa de conseguir una entrevista urgente con el profesor Weiss. Es más, le asombraba como el profesor seguÃa adelante con aquella locura, de alguna manera, parecida a los experimentos genéticos de los nazis.
-¡Pero querido TobÃas!... ¡Son solo animales! Le parecÃa estar escuchando los justificativos del profesor: -Muchos humanos podrán salvar sus vidas gracias a estos experimentos… gracias a los cobayos, las ratas y los otros animales. El verdadero problema era la esencia de aquellos experimentos. A medida que avanzaban… los animales se volvÃan más y más humanos. Él no podÃa entender en que beneficiaba a las investigaciones tener animales cada vez más parecido a los seres humanos. Al comienzo, cuándo el profesor lo contactó, se sintió fascinado por la posibilidad de desarrollarse en un nuevo campo. Después de todo, lo que se le pedÃa es que le colocara el uno por ciento de células humanas en el cerebro de unos ratones. Pero el profesor Weiss comenzó a pedirle que aumentara la proporción. El trepanaba los cráneos de los bichos, y cumplÃa con lo que se le pedÃa. ¡Pero Weiss ahora querÃa que el setenta y dos por ciento del cerebro animal fuera humano! Hasta ahora no habÃa observado ninguna conducta humana en los cobayos. Es más su jefe le habÃa asegurado que si esto sucedÃa (y evidentemente el pensaba que era factible) el sacrificarÃa al animal con sus propias manos. También le habÃa prometido las más estrictas medidas de seguridad, nadie querÃa que alguno de aquellos hÃbridos quedara en libertad y se reprodujera. No se podÃa, tan siquiera imaginar, como afectarÃa el ecosistema y las demás razas (incluida la humana). Estaba tan obsesionado con el tema que un dÃa tomo unas de las ratas de laboratorio, y le abrió la cabeza. Luego analizó la materia gris con detenimiento. De por si las ratas tienen sus cerebros bastante similares al humano. Pero, fuera por sus suposiciones o por otro motivo, encontró más similitudes que las habituales. Otro de los temas que lo preocupaban eran las conductas. Las observaba casi con morbo, esperaba encontrar actitudes diferentes a los de un animal. Las ratas tienen una inteligencia y malicia muy notoria. Sus instintos las llevan a adaptarse al medio, por más inhóspito que fuera, y sobrevivir a las más diversas acechanzas. Por ejemplo si una de ellas morÃa por un cebo venenoso, las demás ya no comÃan de el. Si caÃa en una trampa, su fino olfato detectaba la más mÃnima cantidad de sangre, y eludÃa la ratonera. De todas maneras no habÃa observado nada raro. Los únicos acontecimientos fuera de lugar, se podÃan achacar a su mala memoria o al accionar de algún pillo. Lo primero que encontró un dÃa fue las cosas cambiadas de lugar en su escritorio. Como si alguien hubiera husmeado, y luego no recordara dónde iban los elementos que habÃa revuelto. Y una cosa llevo a la otra. Pensó en echar llave a su escritorio al retirarse. Nunca lo hacÃa. ¿Pero dónde estaba el condenado llavero? ¡Iba a ser todo un engorro tener que hacer los duplicados! Por mucho que buscó, esta vez, no lo encontró. No era la primera vez que perdÃa algo, pero casi siempre lo recuperaba. ¡Pero ya que estaba podÃa aprovechar para hablar con el profesor Weiss! De paso que le pedÃa el llavero para hacer los duplicados No estaba en su mejor dÃa el profesor. Primero lo trató con brusquedad cuándo le explico lo del llavero. Y con respecto a lo otro… no… ¡Mejor otro dÃa! TobÃas perdió buena parte de las mañana en rehacer su llavero. Pasó por la oficina del profesor Weiss y le dejó los originales a la secretaria. Antes de retirarse quiso echar un vistazo a su propia oficina. Mientras probaba la nueva llave en la cerradura, con la oficina en penumbras, creyó escuchar un cuchicheó. Era como una discusión apagada. Prendió la luz y miró al fondo del local. Nada. Se acercó hasta las jaulas de los conejillos de Indias. Estaban unos encima de otros, durmiendo. Los cobayos estaban comiendo. Tuvo la extraña sensación de ser observado. Miró en dirección a la puerta. No habÃa nadie. Entonces la vio. La rata blanca estaba en dos patas aferrada a los barrotes de la jaula… lo observaba. ¿Lo observaba? Se agachó para mirarla mejor. La rata soltó los barrotes y si dirigió a la rueda dónde comenzó a correr sin prestarle atención. ¿La rata lo habÃa mirado? Durante una centésima de segundo le pareció inclusive descubrir un gesto de maldad en el animal. ¡Carajo… estaba cansado!... mejor se iba a dormir. Mañana serÃa otro dÃa. A la mañana siguiente, cuándo entro en el laboratorio, lo primero que le llamó la atención era que se habÃa olvidado las luces prendidas. Era evidente que necesitaba un descanso. ¡TenÃa que hablar de una buena vez con el profesor Weiss! El trabajo le estaba afectando el sistema nervioso. Se sentó frente a la computadora y al rato se sorprendió a si mismo contemplando las jaulas con los cobayos y las ratas. No habÃa hecho absolutamente nada. Estuvo más de una hora mirando la rutina de los animales, en particular la rata blanca que no se cansaba de hacer girar el molinete. ¡Mejor se concentraba en las tomografÃas que tenÃa que estudiar! Algo le molestaba en todo aquel asunto. Cuánto más trataba de sacárselo de la mente, más y más pensaba en ello. Las curvas de actividad cerebral de las ratas habÃan variado. Era difÃcil saber de que manera, y que incidencia podÃa tener en su conducta… pero algo era seguro: estaban modificando sus cerebros. Estuvo largo rato cotejando estudios anteriores, rastreando gráficos y siguiendo estudios de cada uno de los bichos. Las que habÃan cambiado más radicalmente eran las ratas. Decidió que tenÃa que ver si habÃa producido algún cambio morfológico. Fue hasta la jaula y tomó una rata en sus manos. Era extraño… pero el animal parecÃa intuir algo malo. No se entregó mansamente como otras veces, tampoco jugueteo con sus dedos. Trató de clavarle sus pequeños dientes en la mano. TenÃa guantes de cirujano. TobÃas tomó un algodón con cloroformo, y adormeció al animalito. Luego con escalpelo pequeño le retiro el cuero que tapaba la mollera. Con una cierra eléctrica procedió a cortar el cráneo diminuto. Entonces extrajo el cerebro limpiamente. A simple vista pudo comprobar un cambio de forma en la materia gris. Ya tenÃa el tÃpico carácter arriñonado del cerebro humano. Las marcas eran más nÃtidas. Acerco la cámara de video y lo grabó. Luego tomo una placa translúcida, y haciendo un corte longitudinal, primero comprobó el estado de la materia blanca; y luego tomó un poco de tejido y lo observó en el microscopio. Todo coincidÃa con su diagnóstico. El cerebro de la rata comenzaba a tomar forma humana. Dentro de dos frascos con formol guardo los restos. Tomó el cuerpo del animal y lo arrojó en un cesto para residuos patogénicos. Con sumo cuidado y dedicación limpió la sangre y el resto de los tejidos. TobÃas se sentó en el escritorio, y bostezó. Con el procesador de texto comenzó a escribir un detallado informe para el profesor Weiss. Le iba adjuntar los archivos con las tomografÃas, los gráficos, los videos y también los frascos con el cerebro de la rata. Los párpados le pesaban… durante algunos segundos cerró los ojos. Sacudió la cabeza y se pegó un par de cachetadas. -¡Vamos… terminamos esto y nos vamos a dormir! Siguió escribiendo… y se equivocó un par de veces. Cabeceó de nuevo, y entonces la vio. La rata que corrÃa en la rueda estaba de nuevo contra los barrotes. Su cuerpo erguido en dos patas y con las delanteras en forma de cruz, apoyadas sus garras en la puerta de la jaula. Lo miraba. Bajó la vista y siguió escribiendo. Oyó el monótono ruido de la rueda al girar sobre su eje. La rata estaba corriendo de nuevo. Él sintió que todo el cansancio se le venÃa encima. Y se durmió. Profundamente. Abismalmente. Un sueño poblado de ratas y otros bichos inmundos. Recordó un viejo cuento en dónde a un pobre infeliz le ponÃan un roedor sobre el vientre. Luego tapaban al animal con una especie de hornillo de hierro forjado y en la parte superior le ponÃan brasas llameantes. El roedor para huir, lo hacÃa a través del estómago del condenado. Despertó gritando. Estaba agitado, y durante un instante se palpó el pecho y los brazos. Se tocó el rostro sudado. Miró la pantalla del monitor. Faltaba poco para terminar el informe. Sobre el escritorio, entre medio de un desorden de lápices, clips, gomas y otros adminÃculos pudo ver el llavero. ¿Pero no lo tenÃa encima? Revisó los bolsillos. Del derecho extrajo el tintineante manojo de llaves nuevas. Estiró la mano y tomó el llavero. ¡Era el que habÃa extraviado! Sintió las piernas dormidas. Se sentaba en esas sillas con ruedas que tenÃan un solo apoyo neumático. ¡La maldita jaula estaba abierta! Todo sucedió al mismo tiempo. Con una rápida ojeada se dio cuenta que todas las jaulas estaban abiertas. ¿Y los animales? Trató de levantarse, pero las piernas adormecidas no le respondieron, cayó de bruces. ¡TenÃa las piernas atadas a la pata de la silla! Quiso gritar… pero su garganta no emitió el mÃnimo sonido. Ahora luchaba por levantarse. De repente y de la nada salieron. Todos los animales del laboratorio se le treparon al cuerpo. Arrojó un par de vigorosos golpes y sintió el chillido de las bestias alcanzadas por su furia. Pero decenas de animales estaban subiendo por las piernas de sus pantalones, otros por su espalda. Sintió el dolor intenso de las mordeduras. De sus garras atacándolos. Se revolvió en el suelo, mientras gruñÃa y bufaba. Siguió arrojando golpes. Luchando desoladoramente solo contra sus enemigos. Desde la mesa que tenÃa los instrumentos quirúrgicos vio caer algo plateado y oblongo. El ruido de metal contra los mosaicos. La rata blanca apareció por su derecha. Rápidamente se subió a su brazo y de ahà al hombro. PodÃa sentir su frÃo hocico en el pabellón del oÃdo. Su respiración en el cuello. Le desgarró la mejilla con su zarpa. Y le mordió la oreja. Él trató de defenderse, pero era ella muy ágil, lo eludió. En ese instante, mientras el trataba de luchar contra ella y los demás, se le subió al hombro derecho y acercando el morro a su oÃdo… la rata le dijo: -¡Ahora vas a ver! El intenso dolor que le produjo el escalpelo en la base del cráneo, al introducirse bajo el cuero cabelludo, no lo dejó pensar en lo que habÃa oÃdo. Al borde del desmayo, y entre los chillidos de aquellos animalejos, escuchó el inconfundible zumbido de la sierra eléctrica. |
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