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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-02-06 | [This text should be read in espanol] |
La muerte de Don Romualdo, hacÃa tres años, yo no dirÃa que me haya sorprendido tanto, sino que más bien, me hizo pensar bastante en las cuestiones del azar y la necesidad, la causalidad y la casualidad, y porqué no también en el destino, que los griegos describieran tan poéticamente en la tragedia. Si bien yo a este vecino no lo conocÃa demasiado, los hechos acaecidos aquella noche de verano, hicieron que su desaparición fuera uno de los temas predilectos de mis pensamientos, por varios dÃas.
Después de la cena, Romualdo calentó la pava y llenó el termo con agua caliente, tomó una silla y se dirigió a la puerta a tomar mate, hasta que le llegara el sueño, tan esquivo en esas noches calurosas y plagadas de mosquitos. Mientras escuchaba en su radio portátil, un programa de tango al que seguÃa asiduamente, pensaba como continuar al dÃa siguiente su labor de herrerÃa. Una banda local de rock le habÃa encargado la construcción de los soportes de un escenario, que estrenarÃan en un recital solidario en beneficio de varios comedores comunitarios. También danzaba en su cabeza, el problema que le generaba el hecho que su hijo mayor haya perdido su trabajo no hacÃa muchos dÃas, y más teniendo en cuenta que habÃa niños pequeños de por medio. Las cosas en las que pensaba, no eran muy distintas de las que piensa cualquier buen vecino, y asà iba apagando sus ansiedades, tomando largos sorbos de mate, y tarareando el dos por cuatro, que en algún instante le hizo recordar aquel baile de carnaval, donde conoció a la madre de sus hijos, y ahora también abuela de sus nietos, mientras que ella seguramente estarÃa viendo por televisión, la telenovela de todas las noches, mientras por la vereda pasaban gran cantidad de adolescentes camino al parque, y otros en bicicleta encontraban en la suave brisa un reparo al intenso calor. De repente, Don Romualdo vio que un automóvil se acercaba a gran velocidad. En un momento percibió que los faroles delanteros lo iluminaron, y fue ahà donde se detuvo para siempre su entendimiento. Al chofer de aquel taxi, le falló irremediablemente la dirección, y se subió a la vereda estrellándose contra el tapial donde estaba sentado el viejo herrero, que falleció inmediatamente sin ninguna oportunidad de huir, a este cruento destino. Este hecho es el que me hizo pensar bastante, como lo decÃa más arriba, en algunas cuestiones que no llamarÃa filosóficas, sino que hacen a las extrañas contingencias. De todo esto, ya casi ni me acordaba, hasta que ayer, regresando a casa, pasé por aquella vereda y me detuve a mirar el tapial, donde el automóvil hiciera impacto, ya que aún quedaban rastros, sin dejar de preguntarme porqué aquella suerte. Fue ahà cuando vi que un coche se acercaba a gran velocidad, y no se por que causa me pareció verlo con otros ojos, quizás los del difunto Don Romualdo. Lo único que atiné a hacer, fue salirme unos metros del lugar, casi como en un acto de ritual obsesivo. Para mi sorpresa, el móvil se estrelló en el mismo sitio que hacÃa tres años. La diferencia es que a esto lo puedo estar contando, a pesar del espanto que aún me embarga.
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