-¡¿Quién hizo esto?! -preguntó la madre exaltada.
-Yo mamá -se escuchó venir de una vocecita trémula y acongojada.
-¿Ves el desastre que has hecho por hacer las cosas apuradas? -replicó, agregando: -si tenías todo el tiempo hasta el mismo era tuyo, no podías hacerlo más despacio, pensar un poco más, dedicarle mayor atención, estar más tranquilo… sos un impaciente irrecuperable! -concluyó diciendo la madre.
El niño con los ojos entrecerrados miró al padre que cerca estaba, como pidiéndole que lo salvara. Su padre, como todo buen padre se acercó e intervino: -bueno che, no es para tanto!, es chico, tiene mucho que aprender -y mirándolo a su hijo con una mirada tierna y comprensiva, le guiñó un ojo y le dijo: -el próximo universo que hagas tomate un milenio, por las dudas… ahí te va a salir mejor.
Dios asintió con la cabeza y con un: -si papá -se fue saltando a jugar con el vecino de abajo.