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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-07-19 | [This text should be read in espanol] |
Esperando la lluvia.
No eran festones calcinados, ni salamandras, ni murciélagos sino tus manos esperando la lluvia. Y la figura exprimida varias veces se te secaba al sol en un sueño en que también se marchitaban otros sueños con tantas diferencias como granos de arroz, o como cáscaras. Y con tus manos de pájaros sueltos, con tus anillos de afilar los dedos, con el torso opÃparo de volúmenes, y los cabellos duros, como diablos disecados que ahuyentaban la brisa: la mirada de puñal también se te secaba. Te digo que no no eras todavÃa aquel adiós que profesabas, ni la idea imprecisa que se tiende a retomar el hilo que la puede acompañar. Con los pies impasibles al frente de todos los desdenes recordados… Eras tú mismo sin tu yo, en una oscuridad casi distinta, en el punto más fiel de la prolongación, en la lÃnea exacta entre los dos, o los tres, o los cien que ya no eras o que ya te habÃan abandonado tal vez para siempre. Y la sombra invisible que ansiaba levantarte inútilmente entre mis grandes ganas de llorarte se dejaba caer en tus pies asidos a imperio de tu transpiración. Te digo que no no eran pedazos de recuerdo, ni puentes levadizos, ni siquiera esas serpientes que alguna vez se enredaron en la partida que jugamos sin terminarnos aún las ganas de ganar la antigua apuesta; eran tus pies, zapadores sin voz, los que nunca obtuvieron el recuerdo exacto del pasaje, de la salida del interminable hilo de la planta que no deja de crecerte dentro a pesar de tantas muertes y tanto silencio que alguna vez en las casas subterráneas encontraron la vasija en que las viudas negras se escondieron en invierno. Te digo una vez más que no que no eran raÃces, ni carajuelos encendidos, ni quelonios agujereados esculcando la arena; no, eran apenas tus pies desgajados y mudos esperpentos de arena escrutando la tierra para desenterrar los bulbos de los lirios; para desplazar escarabajos de órganos ardientes y duros y templar las minas de perdones que no habÃas cruzado nunca. .. No habÃa visto tus muslos torcidos brillando al sol pero los paseaba con la mano herida de recorrer tus espinas con el dolor de la piel cosida al momento sobre aquellas jicoteas puntiagudas y verdes que comenzaron a salÃrsete del cuerpo, tanteando el rastro de las bibijaguas por las grietas en que el amarillo de la carne se dejaba descubrir chorreado de sudores en la cicatriz errante de tus cristales, de aquellos cristales tan mÃos que por fin trajeron de una vez el agua para dejar el brillo de tu cuerpo debajo de un árbol y hacerte aire, un aire deforme, doblado en las puntas de todos tus dedos y traspasado el recuerdo de todos tus anillos. Un aire ceñido a la periferia recelosa de tu oÃdo, de la masa inconforme que miramos perderse debajo de la sombra; un aire que suena en los huesos quebrados de los grillos y espanta las confesiones de todas tus bocas para dejarse llevar en la plaga de la lengua, con los acentos que burlan la sonrisa, hasta la lenta esperanza de la lluvia.
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