Biografie Efraín Bartolomé
Biografía
Efraín Bartolomé nació en Ocosingo, Chiapas, en 1950. Hizo estudios de psicología y actualmente ejerce la psicoterapia como una forma de práctica poética, ya que, como él mismo afirma, su vida ha sido puesta, por vocación y elección, al servicio de la poesía. En otras palabras, ha asumido el oficio poético como un sacerdocio.
En su obra se reconoce un rigor que es poco frecuente en la lírica mexicana, así como la revaloración del sentimiento: la poesía es el vehículo de las emociones, y lo que no es emoción y, más aún, conmoción, no vale la pena trasladarlo al verso.
Entre los últimos meses de 1990 y los primeros seis de 1995, es decir en menos de un lustro completo, Efraín Bartolomé publicó nueve títulos de poesía en los cuales se hallan plaquettes, libros individuales y la reunión, en un solo volumen, de sus primeros cuatro poemarios.
En estricto orden cronológico, entre octubre de 1990 y julio de ·1995 vieron la luz: la edición aumentada y definitiva de Ojo de jaguar (1990), Cantos para la joven concubina y otros poemas dispersos (1991), Mínima animalia (1991), Música lunar (1991), Cirio para Roberto (1993), la edición trilingüe de Ala del sur (1993), Agua lustral. Poesía, 1982-1987 (1994), Corazón del monte (1995) y Trozos de sol (1995).
Antes, en 1982, había hecho escuchar con vigor su voz en aquella primera edición de Ojo de jaguar que apareció en las ya célebres ediciones de la revista Punto de Partida, para luego continuar con otros tres libros fundamentales: Ciudad bajo el relámpago (1983), Música solar (1984), con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, y Cuadernos contra el ángel (1987), todos ellos contenidos hoy en Agua lustral.
Pero esta abundancia, que se acerca a las 700 páginas, no ha ido en detrimento del rigor poético que Bartolomé confiere a cada uno de sus libros, a cada uno de sus poemas, en donde el verso se defiende por sí mismo con una sonoridad y un significado contundentes, lejos, muy lejos, de los juegos fatuos del verbalismo y de los juegos vanos de las imágenes sin sentido que se convierten en imágenes de nada.
Para Efraín Bartolomé, desde su primer libro publicado en 1982, la poesía debía ser consonancia de la existencia, porque ¿”para qué hablar entonces", si la voz no se transforma en canto de perdiz y "el aliento en resoplar de puma"? ¿Para qué escribir si no se pone en el poema "la piel y la memoria'"? ¿Para qué llenar páginas y páginas si en éstas no palpitan la "tibia soledad", "el peso del silencio”, la claridad, el temblor frío de la inquietud, la tempestad de la alegría? ¿Para qué escribir, en fin, si la palabra no recupera su poder de nombrar y de hacer sentir las emociones y los sueños "del corazón del hombre"?
Porque, al igual que Jaime Sabines, desde sus inicios de poeta, Efraín Bartolomé se preguntó con la voz del maestro: "¿No podremos decir nada del viento / en el que estamos como en la alegría?"
Y se respondió con la poesía misma y con la certeza destinada a Sabines y que en su metáfora alcanza a todo aquel poeta que merezca este nombre: "Muerde el poeta su membrillo diario y sabe que al hacerlo está mordiendo el corazón del mundo”.
Al leer y al releer Corazón del monte pueden afirmarse certidumbres. No todos los días la poesía es grande, y es buena y es noble y nos reconcilia con la vida. Limpia los ojos, como dijera Gabriel Zaid, a propósito de la obra de Carlos Pellicer.
No es frecuente que a la emoción auténtica le acompañe la palabra precisa y la forma que es fondo cuando lo dicho y lo vivido son una misma cosa. "Queríamos ser fuertes, mas el ronco bramido / nos reventaba el alma"; "El tiempo se detuvo en nuestros ojos"; "Y fuimos sólo un puño de ceniza y de miedo".
Corazón del monte hace del poema narrativo no el ejercicio trivial de la pequeña prosa desvaída, sino la épica no ausente de lirismo que está más cerca de la confesión que del grito y que, por lo mismo, se escucha más intensamente.
"Llegamos hace mucho buscando tierra buena / y la encontramos / Río noble / Montañas / Lejos de todo como debe ser / ¿Qué más puede querer el hombre de trabajo? / Eso somos / Levantamos un pueblo en el aire / una iglesia y un parque / Sembramos luz / y comenzamos a deshojar los días".
'El río Magdalena, el Susnabac, el Mobac y el Arroyo Canelo repitieron borrosamente, en sus antiguas aguas cristalinas, la columna encendida. Borrosamente porque las aguas ya eran de ceniza".
El volumen agrupa tres momentos de la emoción acendrada que tienen que ver con un igual número de experiencias que han dejado su huella en el alma del poeta. La primera sección, la que da título al libro, emprende la épica de aquella erupción en Chiapas (en marzo de 1982) del volcán Chichón, que hizo llover cenizas por todo el Sureste y que sepultó a varios pueblos. En lugar de la crónica superficial de un testigo, tenemos el relato poético de algo más que un testigo: "A los diecisiete grados veinte minutos y veintidós segundos de latitud norte, y noventa y tres grados quince minutos y seis segundos de longitud oeste, sobre la sierra de Pantepec, en Chiapas, no ha quedado ni huella de Coalpitán, después Magdalenas, después Francisco León, territorio de indios zoques, lengua suave"
Ahí donde una información vería solamente lo evidente, el poeta se asoma a lo más hondo: “Las piedras andan buscando su destino humano. Buscan bajo los techos, bajo las mesas y bajo las camas, en el cuarto más íntimo, con rabia, con rencor la frágil, la tibia carne humana". "Lleno de arena el valle / Ahogado el río / La arena continuó volando muchos días. / Nuestra iglesia se ahogó / (nuestra alta iglesia)".
El segundo momento del libro ("Oro de siglos") es un poema que relata la infancia del poeta y sus trabajos cotidianos y sus sueños. Originalmente, este poema no formaba parte del libro que en 1993 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen. En el libro ahora ha quedado como una especie de intermedio casi apacible que hace que percibamos más hondamente la tragedia del Chichón.
"Oro de siglo"' viene a ser de algún modo, el antecedente feliz del hombre que en las páginas anteriores ha mirado la destrucción, el incendio, el dolor, la lluvia de ceniza y luego la nada. "Ahora el niño se borra. Se desvanece en la neblina. Pero no ha muerto: acaba de nacer. Desde hoy vagará en callejones internos como en un laberinto. En las callejas profundas de mí mismo".
Por último, la tercera parte, "Audiencia de los Confines", es la historia escrita con la mirada de un poeta y la voz de cada uno de los personajes desde la fundación precisamente de esa audiencia que abarcaba Chiapas y Guatemala, hasta los protagonistas de hoy en lo que fuera esa región.
"Yo Soy Pedro de Zavaleta / y he pasado a la historia / como desorejador de cancuqueros: / había que marcar a los hijos del Demonio:/ que vivieran el resto deste siglo dieciocho/ con la seña de Dios: el nuestro el verdadero / el único".
"Allí va don Juan Ballinas navegando en el tiempo :/ el tiempo es un jaguar que nada sobre el río / a favor de la corriente: / se hunde y emerge: / se sumerge y brota el estrellado cielo de su piel / Se vuelve a sumergir / su cabeza magnifica / con los dos ojos como dos astros locos / hiere la verde transparencia: / en su lomo / va montando don Juan"
Corazón del monte es un libro de poesía ajeno por completo a las etiquetas empobrecedoras que suelen hacer los expertos en artes clasificatorias. La emoción es indefinible. Y este libro emociona.
Como se lo ha propuesto a lo largo de todos sus libros y todo su ejercicio poético que, en poco más de una década, ya se erigió en una verdadera obra, en cada uno de los versos de Corazón del monte, Efraín Bartolomé toca "la fuente del rayo"
En Trozos de sol (poemario que en 1997 se integró al libro Partes un verso a la mitad y sangra, con el que su autor obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines), Efraín Bartolomé confirma su fe poética en una "Invocación" que es a la vez certeza y compromiso. Su plegaria encuentra respuesta en el poema mismo y así, escribe: 'Lengua de mis abuelos habla por mí / No me dejes mentir / No me permitas nunca ofrecer gato por liebre / sobre los movimientos de mi sangre / sobre las variaciones de mi corazón / En ti confío / En tu sabiduría pulida por el tiempo / como el oro en pepita bajo el agua paciente del claro río / Permíteme durar para creer: / permíteme encender unas palabras para caminar de noche".
Y continúa y concluye: "No me dejes hablar de lo que no he mirado / de lo que no he tocado con los ojos del alma / de lo que no he vivido / de lo que no he palpado / de lo que no he mordido / No permitas que salga por mi boca o mis dedos una música falsa / una música que no haya venido por el aire hasta tocar mi oreja / una música que antes no haya tañido / el arpa ciega de mi corazón / No me dejes zumbar en el vacío / como los abejorros ante el vidrio nocturno / No me dejes callar cuando sienta el peligro / o cuando encuentre oro / Nunca un verso permíteme insistir / que no haya despepitado/ la almeja oscura de mi corazón / Habla por mi lengua de mis abuelos / Madre y mujer / No me dejes faltarte / No me dejes mentir / No me dejes caer / No me dejes/ No".
En este extraordinario poema se cifra por entero la búsqueda de Efraín Bartolomé. El poeta, como lo quería Julio Torri y como no lo ignora el autor de Trozos de sol, es un descubridor de oro, "del oro más esmerado" de la palabra. Y no hay más penoso espectáculo que desgastar las fuerzas y la pasión en un manto que acabó hace mucho. Porque el verdadero poeta "es ante todo un descubridor de filones y no mísero barretero al servicio de codiciosos accionistas".
Uno de los mayores riesgos de la maestría y del talento es la aparición de los imitadores, los copistas y los plagiarios. Luego de una docena de libros y del fervor de buenos lectores, Efraín Bartolomé se ha ganado un lugar preponderante en la poesía mexicana contemporánea, y hoy incluso padece el dudoso homenaje del plagio. Ello, creo yo, no le afectará, porque "el sagrado poema" tiene por clave secreta su "nombre impronunciable”.
Juan Domingo Argüelles
Una versión preliminar de este artículo se publicó en Diálogo con la poesía de Efraín Barolomé, Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, 1997. (Cuadernos de Malinalco, Nueva Época, Num. 25.)
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