“De todo quedaron tres cosas:
La certeza que estaba siempre comenzando,
La certeza de que había que seguir,
La certeza de que sería interrumpido antes de terminar”.

Fernando Pessoa

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Abrió los ojos asustado por un dolor que le oprimía el pecho. Era un dolor raro, inexplicable. Sentado al borde de la cama empezó a respirar profundamente.. uno, dos.. uno, dos.. uno, dos. Quizás tarareando se calmaría un poco.. tara-rara.. “hay que ser muy valiente, apretar los dientes a la soledad”.

A veces tararear le funcionaba para apaciguar dolencias físicas y emocionales, pero a pesar de ser uno de esos hombres buenos a los que la canción convoca, esta vez el murmuro no surtió efecto simplemente porque el dolor que sentía no tenía que ver con el, ni con su soledad, sino con ella, la gran ausente.

Ni el universo, ni ella, ni nadie entendían su necesidad. Esa necesidad que le interrumpía el equilibrio, traspasaba la piel, e invitaba a su espíritu a navegar sin rumbo, pues su mente estaba en otro lado.

Una sonrisa melancólica se dibujo en su boca, reproduciendo mentalmente representaciones pictóricas de momentos pasados que le devolvían temporalmente la paz y esa fuerza precisa capaz de abrir lo que en ese momento estaba cerrado. Cerrado por su culpa.

Se acostó en la cama nuevamente preguntándose como, cuando y porque cambió todo. Deseaba fervorosamente que el viento se llevara esas preguntas a cualquier lado lejos de ese cuarto, lejos de esa cama, y las trajera de vuelta junto con sus respuestas correctas .. pero todo es tan complejo, y son pocas las glorias que se pueden celebrar.

Un poco más tranquilo, le echó un vistazo a ver si ella notaba lo que le pasaba. Estaba como siempre.. ausente, sólo que como era de noche, también dormía, así que cerró los ojos y la abrazó. Mejor se quedaba dormido, mañana sería otro día, y después de todo.. a veces es mejor huir hacia adelante.