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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-07-10 | [This text should be read in espanol] | Submited by Valeria Pintea
La dama de picas significa
malevolencia secreta. NovÃsimo tratado de cartomancia Y en los dÃas de lluvia se solÃan reunir a menudo. Y-¡que Dios les perdone!- apostaban a cien la jugada. Y a veces ganaban, apuntaban con tiza las deudas. De este modo ocupaban, en los dÃas de lluvia, su tiempo. Un dÃa en casa del oficial de la Guardia Narúmov jugaban a las cartas. La larga noche de invierno pasó sin que nadie lo notara; se sentaron a cenar pasadas las cuatro de la mañana. Los que habÃan ganado comÃan con gran apetito; los demás permanecÃan sentados ante sus platos vacÃos con aire distraÃdo. Pero apareció el champán, la conversación se animó y todos tomaron parte en ella. -¿Qué has hecho, Surin?-preguntó el amo de la casa. -Perder, como de costumbre. He de admitir que no tengo suerte: juego sin subir las apuestas, nunca me acaloro, no hay modo de sacarme de quicio, ¡y de todos modos sigo perdiendo! -¿Y alguna vez no te has dejado llevar por la tentación? ¿Ponerlo todo a una carta?... Me asombra tu firmeza... -¡Pues ahà tenéis a Guermann!-dijo uno de los presentes señalando a un joven oficial de ingenieros-. ¡Jamás en su vida ha tenido una carta en las manos, nunca ha hecho ni un pároli, y, en cambio, se queda con nosotros hasta las cinco a mirar como jugamos! -Me atrae mucho el juego-dijo Guermann-, pero no estoy en condiciones de sacrificar lo imprescindible con la esperanza de salir sobrado. -Guermann es alemán, cuenta su dinero, ¡eso es todo! -observó Tomski-. Pero si hay alguien a quien no entiendo es a mi abuela, la condesa Anna Fedótovna. -¿Cómo?, ¿quién?-exclamaron los contertulios. -¡No me entra en la cabeza -prosiguió Tomski-, cómo puede ser que mi abuela no juegue! -¿Qué tiene de extraño que una vieja ochentona no juegue? -dijo Narúmov. -¿Pero no sabéis nada de ella? -¡ No! ¡ De verdad, nada! -¿No? Pues, escuchad: «Debéis saber que mi abuela, hará unos sesenta años, vivió en ParÃs e hizo allà auténtico furor. La gente corrÃa tras ella para ver a la Vénus moscovite; Richelieu estaba prendado de ella y la abuela asegura que casi se pega un tiro por la crueldad con que ella lo trató. «En aquel tiempo las damas jugaban al faraón. Cierta vez, jugando en la corte, perdió bajo palabra con el duque de Orleans no sé qué suma inmensa. La abuela al llegar a casa, mientras se despegaba los lunares de la cara y se desataba el miriñaque, le comunicó al abuelo que habÃa perdido en el juego y le mandó que se hiciera cargo de la deuda. «Por cuanto recuerdo, mi difunto abuelo era una especie de mayordomo de la abuela. La temÃa como al fuego y, sin embargo, al oÃr la horrorosa suma, perdió los estribos: se trajo el libro de cuentas y, tras mostrarle que en medio año se habÃan gastado medio millón y que ni su aldea cercana a Moscú ni la de Sarátov se encontraban en las afueras de ParÃs, se negó en redondo a pagar. La abuela le dio un bofetón y se acostó sola en señal de enojo. «Al dÃa siguiente mandó llamar a su marido con la esperanza de que el castigo doméstico hubiera surtido efecto, pero lo encontró incólume. Por primera vez en su vida la abuela accedió a entrar en razón y a dar explicaciones; pensaba avergonzarlo, y se dignó a demostrarle que habÃa deudas y deudas, como habÃa diferencia entre un prÃncipe y un carretero. ¡Pero ni modo! ¡El abuelo se habÃa sublevado y seguÃa en sus trece! La abuela no sabÃa qué hacer. «Anna Fedótovna era amiga Ãntima de un hombre muy notable. Habréis oÃdo hablar del conde Saint-Germain, de quien tantos prodigios se cuentan. Como sabréis, se hacÃa pasar por el JudÃo errante, por el inventor del elixir de la vida, de la piedra filosofal y de muchas cosas más. La gente se reÃa de él tomándolo por un charlatán, y Casanova en sus Memorias dice que era un espÃa. En cualquier caso, a pesar de todo el misterio que lo envolvÃa, SaintGermain tenÃa un aspecto muy distinguido y en sociedad era una persona muy amable. La abuela, que lo sigue venerando hasta hoy y se enfada cuando hablan de él sin el debido respeto, sabÃa que Saint-Germain podÃa disponer de grandes sumas de dinero, y decidió recurrir a él. Le escribió una nota en la que le pedÃa que viniera a verla de inmediato. «EI estrafalario viejo se presentó al punto y halló a la dama sumida en una horrible pena. La mujer le describió el bárbaro proceder de su marido en los tonos más negros, para acabar diciendo que depositaba todas sus esperanzas en la amistad y en la amabilidad del francés. «Saint-Germain se quedó pensativo. «-Yo puedo proporcionarle esta suma-le dijo-, pero como sé que usted no se sentirÃa tranquila hasta no resarcirme la deuda, no querrÃa yo abrumarla con nuevos quebraderos de cabeza. Existe otro medio: puede usted recuperar su deuda. «-Pero, mi querido conde-le dijo la abuela-, si le estoy diciendo que no tenemos nada de dinero. «-Ni falta que le hace-replicó Saint-Germain-: tenga la bondad de escucharme. «Y entonces le descubrió un secreto por el cual cualquiera de nosotros darÃa lo que fuera... Los jóvenes jugadores redoblaron su atención. Tomski encendió una pipa, dio una bocanada y prosiguió su relato: -Aquel mismo dÃa la abuela se presentó en Versalles, au jeu de la Reine. El duque de Orleans llevaba la banca; la abuela le dio una vaga excusa por no haberle satisfecho la deuda, para justificarse se inventó una pequeña historia y se sentó enfrente apostando contra él. Eligió tres cartas, las colocó una tras otra: ganó las tres manos y recuperó todo lo perdido. -¡Por casualidad!-dijo uno de los contertulios. -¡Esto es un cuento! -observó Guermann. -¿No serÃan cartas marcadas? -añadió un tercero. -No lo creo-respondió Tomski con aire grave. -¡Cómo!-dijo Narúmov-. ¿Tienes una abuela que acierta tres cartas seguidas y hasta ahora no te has hecho con su cabalÃstica? -¡Qué más quisiera!-replicó Tomski-. La abuela tuvo cuatro hijos, entre ellos a mi padre: los cuatro son unos jugadores empedernidos y a ninguno de los cuatro les ha revelado su secreto; aunque no les hubiera ido mal, como tampoco a mÃ, conocerlo. «Pero oÃd lo que me contó mi tÃo el conde Iván Ilich, asegurándome por su honor la veracidad de la historia. El difunto Chaplitski-el mismo que murió en la miseria después de haber despilfarrado sus millones-, cierta vez en su juventud y, si no recuerdo mal, con Zórich, perdió cerca de trescientos mil rublos. El hombre estaba desesperado. La abuela, que siempre habÃa sido muy severa con las travesuras de los jóvenes, esta vez parece que se apiadó de Chaplitski. Le dio tres cartas para que las apostara una tras otra y le hizo jurar que ya no jugarÃa nunca más. Chaplitski se presentó ante su ganador; se pusieron a jugar. Chaplitski apostó a su primera carta cincuenta mil y ganó; hizo un pároli y lo dobló en la siguiente jugada, y asà saldó su deuda y aún salió ganado... «Pero es hora de irse a dormir: ya son las seis menos cuarto. En efecto, ya amanecÃa: los jóvenes apuraron sus copas y se marcharon. |
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