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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-07-09 | [This text should be read in espanol] |
Tal vez llevara demasiadas horas manejando. Pero no tenía opción. Lo que me perseguía estaba ahí, muy cerca. Los ramalazos de agua se agitaban sobre la ruta. Una cortina espesa reflejaba la luz de los faros y me impedían ver lejos. Solo la costa a un costado, y los relámpagos iluminando de vez en cuando el mar agitado. El coche marchaba a la mayor velocidad que permitían las condiciones meteorológicas. Y tal vez más de lo aconsejable.
Aquello, fuera lo que fuera, me acechaba en la húmeda oscuridad. Y lo que era peor mi mente estaba tratando de juntar los deshilachados recuerdos de las horas previas a mi huída. Recordaba una fiesta con muchos participantes. Excesos de toda naturaleza. Alguien que me convidaba unas pitadas en un extraño objeto mezcla de pipa, hornillo y objeto artesanal. Y luego vacío. Algunas imágenes sueltas… más vacío. Y la extraña sensación de que algo había salido mal. Muy mal. Los recuerdos se aceleran y vuelven a espaciarse. Se fragmentan y desaparecen. Como decía un gran escritor ciego: “La memoria elige lo que quiere olvidar”. Ahora estaba sobre el automóvil tratando de darle marcha. Pero aparte tenía que luchar con el vértigo. Las ganas incontenibles de vomitar. Un mareo que me impide moverme con libertad. En un instante estoy arrojando mis viseras por la ventanilla, sin ningún tipo de alivio posterior. Por fin la ruta, que se mueve ante mis ojos sinuosa en todas direcciones. Hacia la izquierda o la derecha. Pero también hacia arriba y para abajo. Acelero… ¡acelero!… más… ¡Tengo que huir! ¿De qué estoy huyendo? ¿Hacía dónde? ¿Por qué estoy escapando? Recordé una frase del viejo Groucho Marx: “Viajé todo el día, y no llegué a ningún sitio”. Demasiadas preguntas. Demasiadas cosas que hacer. Debo concentrarme en no estrellarme. Solo pensar en la carretera. Por lo demás… ya veremos. Un trueno me ensordece mientras mi mente divaga hacía el pasado. En esa misma ruta un glorioso amanecer. El aire fresco de la mañana y un sol remolón sobre el horizonte. Mi tío y mi padre que me llevan a mi primera cacería, armado con una escopetita de aire comprimido. El aire frío, la escarcha que cruje bajo nuestras botas, los perros labradores saltando ansiosos. Y el sol, por fin, imponente sobre el horizonte cegándome por completo. Dos luces se precipitan desde la abismal oscuridad. ¿¡Que hace este tipo!? Veo las dos líneas amarillas que delimitan los carriles de la ruta a mi derecha. ¡Soy yo el que cambió de mano! Un rápido volantazo y casi entro en trompo. Por muy poco no piso la embarrada banquina. El cielo se ilumina como si fuera la aurora boreal, y otro estruendo me sacude dentro del coche. Sigo huyendo. Paso los cambios. En el horizonte borroso, sobre la costa dónde comienzan los acantilados, veía las luces de los edificios que se adentraban en la lejanía. Acelero aún más hacía mi destino improbable. Me traga la tormenta y la noche. Solo una certeza alumbra en lo más íntimo de mí ser. Ya jamás encontraría el camino de regreso. Ya jamás me encontraría.
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