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LA GUERRILLERA
prose [ ]
El camioncito amarillo

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by [tobegio ]

2023-04-13  |     | 




LA GUERRILLERA
(El camioncito amarillo)

Lloverás en el tiempo de lluvia,
Volverás a morir otras mil veces.
Florecerás cuando todo florezca.
Jaime Sabines

Por Sergio Hernández Gil (tobegio)

Por las tardes, en medio del diario trajinar en la casa de don Manuel en Coyoacán, las azaleas morían ahogadas por la lluvia en tanto que los ardores matutinos de julio se apaciguaban en el jardín bajo las sombras redentoras de las jacarandas.

En esos tiempos de clandestinidad los sueños eran fantasmas vivientes atrapados en las palabras de cualquier texto, y los héroes de la historia personajes míticos inundados de sabiduría y futuro que significaban destino.

En esos días, Federico la descubrió en la biblioteca, donde estaba, dijo ella, ‘expropiando’ libros para causas más útiles que dejarlos morir de inanición entre el polvo de los libreros.

Cuando la vio subida en la escalerilla, escondiendo ejemplares en su morral, Isabel ni siquiera titubeó, apenas un rubor matizó sus mejillas y como quien nada hacía continuó cantando con voz suave, casi en el mismo tono que Violeta Parra “...gracias a la vida, que me ha dado tanto, me dio dos luceros que cuando los abro…”

Federico alzó con timidez la vista y espió en sus ojos el reflejo de la parda tarde que entraba por la ventila y casi a contraluz admiró tres lunares en su cuello. Tres estrellas en el cuello de la luna, imaginó él como siempre hacía, dando un toque poético a sus pensamientos. Un poster del Che Guevara y el retrato de Carlos Marx ocupaban el único espacio libre de estantes en las paredes de la biblioteca. La figura espigada de la chica lo estremeció, igual que un par de semanas atrás cuando se cruzaron en la puerta y ella le miró casi con descaro.

Repuesto a medias de la impresión, le preguntó con voz que pretendió ser autoritaria, más para esconder su nerviosismo que para evitar la fechoría, sin apartar la vista del morral de la chica: ¿qué haces?

¡Hola! respondió ella en tono jocoso, tratando de distraerlo primero te digo mi nombre, me llamo Isabel. Ya nos conocíamos ¿no te acuerdas?

¿Qué haces? –repitió él, casi enfático, y evitó cualquier actitud que mostrara complicidad o condescendencia ¿dónde vas con esos libros? –agregó con seriedad. Descubierta, Isabel sonrió, y después de unos segundos, decidió declarar sus planes.

Me voy. Al campo, con los indígenas y los pobres, quiero ser útil a una verdadera causa, aquí no hay nada qué hacer. Y añadió, con la seguridad de quien todo lo sabe a los 19 años: –en las reuniones de la célula nada más teorizamos. Puro hablar y hablar, por eso no se avanza en nada.

No estoy de acuerdo contigo respondió Federico, –y no me parece justo que te robes los libros.

¿Qué? ¡No estoy robando nada!, dijo ella y elevó la voz para hacerse escuchar sobre el estruendo de los relámpagos que estallaron entre las grises, casi negras nubes que se convirtieron en gotas cada vez más gruesas y pesadas. La tarde se convirtió en una oscura noche cerrada.

Tus juicios son muy ligeros. Nuestro objetivo ahora es aprender, planear estrategias, conocer la realidad a partir de la dialéctica y la teoría político-económica, aclaró él, tratando de mostrar que había aprovechado el año y medio de asistir a las reuniones de estudio del Partido Comunista.

¡Bah! exclamó Isabel, y molesta agregó: ¿Ves cómo todo es bla bla bla? ¡No hacemos nada! Sólo perdemos el tiempo, te digo.

Tal vez está bien eso que crees, pero te repito que no me parece justo que te lleves nuestros libros –subrayó Federico casi gritando y pretendió una ironía que al escucharla en su propia voz le pareció una estupidez ¿vas a enfrentarte a librazos con soldados y policías?

No seas pendejo, las cosas no son así -dijo Isabel, iracunda. Tenemos que ir con los jodidos, enseñarles sus derechos, primero que nada necesitan saber leer y escribir. Para eso son los libros, no para adornar libreros, tú puedes comprarte más. Mejor ven conmigo al campo, haz algo útil agregó desafiante, mirándole a los ojos mientras le daba su mano para que la ayudara a bajar de la escalerilla. Él sólo extendió el brazo como autómata.

Gracias, todavía hay caballeros, señaló ella en tono burlón y estalló en una risa plena, segura de que había ganado una batalla.

Al contacto con su piel, múltiples ideas cruzaron por la mente de Federico a la velocidad de un parpadeo: imaginó que la besaba y que se pegaba a su cuerpo con suavidad. Casi sintió sus senos, pequeños, firmes, apoyándose en su pecho y sus manos subiendo por su cintura.

Un beso tibio en la mejilla lo volvió a la realidad. Gracias. Eres muy guapo –dijo ella con cierta coquetería en tanto el rostro moreno de Federico aumentaba de tono ¿en qué piensas? –agregó. ¿Te decides a venir conmigo?
Llovía cada vez con más fuerza y un relámpago iluminó por un instante el inmenso jardín, solitario en medio de la ráfaga luminosa, que separaba la casa de los salones de estudio y de la biblioteca.

Todavía nos falta prepararnos más –reiteró Federico en un intento por continuar la conversación y prolongar aquellos instantes.

Perdona si te pendejeé, no era por ofenderte, pero así pienso, me encabrona la pasividad con la que actuamos -señaló ella, todavía sin soltar su mano. Ni siquiera sé tu nombre y ya te digo de cosas, pero es que me revienta que no hagamos nada para cambiar esta pinche situación…

Me llamo Federico –respondió él, a manera de presentación y agregó: está bien, no te preocupes, yo entiendo, pero la verdad es que debemos tener una amplia base social antes de empezar cualquier movimiento, podríamos arriesgar todo por nada.

La lluvia está muy fuerte, ojalá que ya pare –señaló Isabel y preguntó: ¿qué vas a perder por enseñar a la gente a leer y a escribir? ¿Por decirles cuáles son sus derechos? Federico tuvo deseos de acercarla hacia él, pero se resistió, sin poder evitar el bandoneón que había en su pecho. Sí, llueve mucho –repitió él, sin pensar en nada más...

Isabel se alejó hacia atrás unos pasos y dejó muy en claro que ni Federico, ni nadie, impedirían su deseo de ir con los campesinos y empezar a trabajar.

-–Lo que necesitamos es gente, Federico, gente que se arriesgue a la lucha, que quiera de verdad cambiar este país. Si sigues así acabarás una carrera en la universidad y te convertirás en burócrata, y si bien te va irás a La Sorbona o a Harvard y luego regresarás a este país a trabajar para el gobierno o para alguna trasnacional. No está mal, pero, te olvidarás de ellos…

Él fue tras Isabel, y tras insistir en que dejara los libros en su lugar, la tomó nuevamente de las manos y, atrayéndola, la besó, sorprendido de su osadía.

--No, no lo haré dijo él aún más asombrado de no encontrar resistencia. Regresaré precisamente para generar proyectos productivos para el campo…

Para explotarlos mejor –le interrumpió Isabel.

-No ¡claro que no!

-Sueñas ¡ya lo verás!

Callaron un instante, mirándose fijamente a los ojos y volvieron a besarse con desesperación, como si de pronto todo a su alrededor desapareciera y estuvieran en un sueño. Sin despegar sus labios rodaron sobre la alfombra y, entre caricias y besos, sin ansias contenidas, se desnudaron.

Fueron un barco navegando en la oscuridad de la noche, entre olas rizadas por la tormenta; sus cuerpos se enredaron entre sí como las cuerdas en el mástil de un velero. Él bebió de ella hasta agotar el néctar de su vaso prodigioso y ella escanció en su paladar las gotas del amor, así, por muchas horas, hasta que cesó la lluvia y la noche se hizo niña otra vez.

Del pantalón de Federico cayó un llavero en forma de camión, de color amarillo. --¡Qué bonito! –exclamó Isabel al levantarlo del piso, sonriendo. –Me lo regaló mi padre hace años, un recuerdo ¿lo quieres?, llévatelo –dijo él.

Mientras se vestían, casi en silencio, se prometieron libertad --la que se dan los que saben que hay sólo una vida, le dijo a Federico con su voz de adolescente.

Gracias –respondió él y añadió soñador: aprovechemos estos instantes al máximo, porque el camino, cuando se bifurca, nos extravía.

- Nunca seré una mujer ausente, dijo Isabel con un tono de dulce despedida.

–Estoy seguro que la gente aprenderá mucho contigo, dijo Federico mientras la retenía unos momentos más con otro beso, correspondido con suavidad.

Ha dejado de llover –puntualizó Isabel, y salió de la biblioteca con su morral de libros y sin volver el rostro.

Él la miró alejarse por el jardín. Meses más tarde la encontraron. Su cadáver había sido perforado treinta y tres veces por las balas, luego de que el ejército asaltó una pequeña escuela rural en la parte más alejada de la sierra guerrerense.

En el morral de Isabel encontraron sólo libros y el camión amarillo. Los periódicos dijeron que la peligrosa guerrillera tenía cinco a seis meses de embarazo.
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