El favorito



Madame Bijou se prepara para salir al salón.
Se maquilla cuidadosamente frente al amplio espejo.
Sus dos perros caniches desde la cama, no pierden de vista el ritual narcisista de Bijou mientras se arregla para la noche. Tiemblan de nerviosos en el momento de la elección de los zapatos, colocados con los tacos en aguja hacia fuera en un mueble especialmente diseñado.
Debe ser porque presienten que una vez que los tenga puestos, su dueña saldrá irremediablemente de la habitación.

En realidad, Bijou está bastante cansada de regentear el cabaret, pero lo disimula bien, con la sonrisa siempre puesta.
No es fácil encarrilar en esa profesión a las mujeres más jóvenes sobre todo, dado que compiten ferozmente entre ellas por los clientes, o con los travestis para hacer los shows en vivo.
¡Mejor ni hablar de las veces que llegan a las manos!


La Madama piensa que debe ser un ejemplo para las chiquillas, mostrarles cómo actuar para vender el producto al concurrente que mejor paga, y hacerlo con dignidad. Nada de elecciones según el aspecto físico ni apegos sentimentales ridículos. En el negocio de la noche el mejor cliente es el que pone más dinero y punto.
La mujer es muy respetada por sus pares, por sus clientes, por su trouppe, siente orgullo de su vigencia a pesar de contar con más de cincuenta años.

Es viernes, un día clave en cuanto al movimiento.
Ya se escuchan las frenadas de autos estacionando, las corridas por el pasillo de las
chicas que deben hacer el primer streap tease, los pedidos de ayuda para terminar de vestirse de los transformistas, la música, las risas.

Como siempre -últimamente- Bijou se sentará a la mesa con Miguel, su eterno enamorado desde hace años, y con Hugo, su nuevo pretendiente.
El asedio masculino en torno a ella es constante.




En el salón de paredes violetas ornamentadas con paisajes bucólicos, Miguel está sentado en una mesa frente a Hugo.
Solo alguien como Bijou es capaz de realizar la proeza de reunirlos, y darles la posibilidad de enfrentarse o conocerse.


Miguel, vigila la puerta por donde irrumpirá la madame de la casa. Bijou es su amor porque lo ha decidido así desde que la conoció, y le es fiel.
Su inquilino de siempre es el temor a que Bijou se enamore de otro que logre convencerla de dejar esa vida para irse juntos, pues entonces se quedaría absolutamente desamparado.
La madama siempre le dice que ni loca volvería a estar casada, no soportaría esa vida machista que le asfixia.
Zurcir medias o lavar boxers no es para ella.

Pero ya lo hizo —casarse— dos veces, ¿y si hubiera una tercera vez? —reflexiona Miguel—


Hugo, el nuevo cortejante de la madama está impaciente. Se pregunta si ella demorará mucho.
Le encanta esa mujer, aunque su experiencia le descoloca y desconcierta.
Es aparentemente insensible, malcriada, hasta imposible por momentos.
Le está costando enamorarla, pero ya va a caer.
Se sabe seductor, es cultor de su físico, simpático, atrae a las mujeres como la miel a las moscas.

Apenas la conoce pero siente que la necesita.
Se está haciendo la difícil, la madama pero a él le gustan las postergaciones, debe ser medio masoquista… le aburre no volver a la necesidad de la primera vez, disfruta la angustia de esperar, desear, necesitar.
Por eso, cada minuto que pase con ella lo aprovechará al máximo.
Esa, le parece una mujer muy atractiva.
Su belleza otoñal, su experiencia, su serenidad,
la convierten en un ser especial para él, a pesar de que siempre haya sido prostituta, de la diferencia de edad, de saber que es una tipa libre.
Sus ojos verde oscuros, son hermosos. Según ella, verde dólar como le dijo con su voz ronca, cuando le preguntó su tonalidad.

—¿Un wiski, Hugo?
—Puede ser.
—¿On the rocks?
—No, con hielo nomás. No me gusta mezclar bebidas.

No entiende la mirada de desconcierto de Miguel, su sonrisa irónica, la verdad es que Hugo es un hombre inculto, solo tiene inteligencia para los números en sus negocios algo turbios.

—Hablame de vos, Miguel.
—¿De mí?
—Claro ¿No te gusta hablar de vos? —la voz de Hugo suena burlona—
—No mucho.


Sin darse cuenta, Miguel se pone a hablar de su pasión por la pintura, habilidad que tiene desde chico, de que sus cuadros gustan, de que le gustaría ser la pareja de Bijou.
Pero ella se merece alguien que pueda llevarla por el mundo, tiene derecho a todo lo mejor, a lo mas hermoso, extravagante, interesante, y él es un ser un deformado, un hombre a medias.
Se da cuenta de que es un ser antiestético, con el torso normal pero con las piernas bastante atrofiadas —por la necrosis aséptica de la cabeza de los fémures al comenzar la adolescencia— le aclara.
Por eso debe desplazarse trabajosamente con sus muletas.
Además mide 1,60 cm. apenas.
Le da vergüenza caminar al lado de la espléndida Bijou.
Desde los veinte, encontró refugio en el cabaret, a pesar del enojo de su opulenta y linajuda familia.
Es el único lugar donde no llama la atención ni le discriminan, será porque en cierta manera, todos son parecidos: están —a pesar de las carcajadas— unidos por el sufrimiento.

Hugo lo mira con curiosidad, desde chico le llamaron la atención los minusválidos.
Les tiene asco y fascinación al mismo tiempo.

—¿Qué me miras tanto? ¿Y si te hubiera pasado a vos?
—Tenes razón. Disculpame.
—No hay nada que disculpar.

Luego, beben callados mirando esa extraña flora o fauna casi humana hablando, riendo, bamboleándose al compás de la música.
Una prostituta casi desnuda se sienta a la mesa de los dos hombres, a beber un Keep Cooler, no puede beber alcohol, al menos antes de la dos de la mañana o madame Bijou se enojará.
Muestra orgullosa el tatuaje que se ha hecho sobre el pubis depilado: una serpiente verdosa enroscada en el tallo de una rosa roja.

—Hablame de ella—dice Hugo—
—¿De quien?
—¡De quien va a ser! De Bijou…
—No puedo hablar de ella, menos con vos.
—¿Por qué?
—Me sentiría culpable y triste a la vez.

Miguel piensa que el amor es un sentimiento de precariedad.
En ese momento está frente a un rival, comportándose civilizadamente, como corresponde.
Es una clásica situación triangular, pero con Bijou cabe cualquier figura geométrica.
Se da cuenta que Hugo está tan desorientado como él.
Que nadie compra a nadie ni con todo el dinero del mundo.
Y que ni él ni Hugo pueden comprar a Bijou, aunque les cueste una fortuna. Así de simple.




En ese momento, aparatosamente madame Bijou irrumpe en el salón.
Todo parece detenerse cuando ella avanza desplazándose lentamente hacia la mesa, como si no existiera la ley de la gravedad. Es saludada, besada, halagada.
Se sienta entre el atlético Hugo y el tullido Miguel. Hacen un extraño trío.

Miguel se calla y la mira con ojos tristísimos mientras ella coquetea con Hugo, se ríe de algo que éste le dice a su oído, toma un trago de su copa, acepta una ajorca de oro de regalo.

Hugo la mira molesto cada vez que ella toma la mano de Miguel o le dice cariñosamente “mom amour” o “mon petit chat” al dirigirse al él.


Más tarde, susurrando al oído del pintor, le anuncia que ese viernes saldrá con Hugo, si lo desea puede esperarla en su cuarto, mirar televisión, descansar y de paso acompañar a Blackie y Fifi, sus perros.


Miguel toma un trago tras otro, no quiere ver como él la besa o la toca, mejor beber hasta caer en ese sopor monocromo de los viernes, así todo le es indiferente.

Y bueno, a aguantarse, hombre elefante, ahora ella se irá con el hermoso Hugo.

A esperarla como muchos viernes, a sufrir la incertidumbre de si ella vuelve o no, a llorar un rato antes de dormitar nervioso y expectante.

Antes de acostarse les paga un trago a algunas chicas que no consiguieron hacer “programas”. Se ríe con ellas, piensa que son su familia por adopción, siempre van a estar allí, aunque cambien los nombres y los rostros.


Pero madame Bijou es diferente. Nunca se sabe como actuará. Dominante, segura de sí misma y de su poder sobre él.
Quisiera tener el coraje de alejarse de su lado. Pero no podría prescindir de su compañía, le encanta estar con esa mujer madura, desinhibida, linda, inteligente.
No logra saber si ella sale con otros porque le gusta demostrar su validez, o sólo para probarlo, imponiéndose amurallada en su vanidoso ejercicio del poder.
Pero Miguel sabe que Bijou, en el fondo, como todas las chicas de su troupe también debe sentirse abandonada, marginada, débil.



Casi amanece cuando percibe que lo acarician a contrapelo. Reconoce la mano de Bijou y se hace el dormido, arrepentido de haber sido desconfiado.
Siente que ella lo quiere a su manera.
Cuando se anima a mirar con sus ojos abrumados los ojos duros, color verde dólar de Bijou, se queda tranquilo. Se da cuenta de que por ahora, él, solo él, seguirá siendo el favorito.



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