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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-07-25 | [This text should be read in espanol] |
INTRODUCCIÓN:
Tal vez una de las tareas más fascinantes del escritor sea la de recolectar historias, que a su vez derivaran en otras. Muchas historias de tradición oral, a través de los años e incluso de los siglos, fueron modificándose hasta plasmarse en relatos escritos. Dónde una y otra vez los personajes vuelven a vivir, amar, reír, llorar y morir mil veces más. Es así, que en rueda de amigos, uno de ellos (el más próximo a mis afectos) me contó esta historia sencilla. Resulta que mi amigo, Carlos Alberto Gómez, un muchacho trabajador y de origen humilde, tiene una familia compuesta por su esposa y dos adorables niñas. Como todos los hermanos (o la gran mayoría) ellas se llevaban bastante mal. La rivalidad, producto de esos celos inocultables, iba en aumento y todos los días era motivo de llantos y quejas. Carlos decidió que algo debía de hacer. En este caso, y como todos los castigos y reprimendas habían surtido escaso efecto, escribió esta carta-cuento. Decidí al transcribirla, tratar de mantener la frescura e intensidad del relato. Salvo algunas mínimas intervenciones formales y ortográficas, está es una carta de amor de un verdulero sin muchos estudios, pero con un corazón enorme. Palabras de mi amigo: Un “chico” solo: “Había una vez un “chico”(*) muy, pero muy pobre. No tenía papá. Pero tenía a su mamá y sus hermanos. Tenía uno en especial, el más pequeño, que era muy llorón y caprichoso. Quería estar siempre alzado por su mamá. Entonces el “chico” se enojaba, y pensaba: -¡Que caprichoso es! ¡No lo soporto más! Así sucedió por mucho tiempo. Hasta que un día la mamá, como no podía dar de comer a todos, llevó al “chico” hasta la casa de una familia. Que si podía darle de comer, y ahí lo dejo. El “chico” estaba muy contento. Comía manjares que nunca había probado. Veía televisión. Lo vestían y calzaban bien. Le enviaban a un buen colegio, y estaba abrigado y aseado. Pero un día comenzó a extrañar a “su” familia. Sobretodo al hermanito más pequeño. Y pensaba: -¿Quién lo abrigará las noches de frío con su cuerpo, como lo hacía yo? Esa mañana le dijo a su “nueva” familia: -Quiero ir a ver a mi hermanito. Ellos le dijeron: -¡No! ¡Ahora tu familia somos nosotros! Lloró. Lloró mucho, y a escondidas. Se sentía un “chico solo”. Hasta que una noche, cuándo todos dormían, es escapó. Y corrió, toda la noche. No paró de correr hasta que no llegó a su casa, hasta “su” familia. Lo primero que hizo fue ir a besar a su hermano más chiquito. A pesar que seguía llorón y caprichoso. Además, ya no le importó tener que comer mal y salteado. Ni tampoco tener un buen abrigo para las noches heladas. Volvió a ser feliz al lado de su hermanito. Ya no era un “chico solo”, estaba con su familia.” Moraleja: “No esperes perder algo, para darte cuenta el valor que tenía.” EPÍLOGO: En realidad es una aclaración. Dos aclaraciones. El relato es absolutamente verídico. Y además subsanar un olvido de mi amigo en su cuento: él era el “chico solo”. (*)Chico: chaval, niño, infante, botija (argentinismo, habla coloquial)
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