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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-03-06 | [This text should be read in espanol] |
Como todos los dÃas a las cuatro de la tarde, y por la misma vereda, Timoteo regresaba caminando desde la fábrica hacia su casa. Se detuvo en el kiosco a comprar cigarrillos, y luego, antes de entrar a su domicilio saludó al anciano vecino, que siempre a esa hora encontraba sentado en la puerta. En el instante en que metió la llave dentro de la cerradura se le impuso una idea que le costó asociar con lo que venÃa pensando, pero que al entrar se le esfumó de la cabeza. Fue muy efÃmera y ya se le hizo tremendamente difÃcil recordarla. Timoteo al notar que su esposa Anita, que siempre lo esperaba con mate y facturas, no estaba, decidió quitarse la ropa y dirigirse a la ducha. Luego de un rato de baño y canturrear unos tangos bajo el agua caliente, tomó la toalla y cubriéndose con ella salió para el dormitorio justo en el momento en el que su mujer entraba en la casa.
–Timoteo ¿dónde estabas? yo pensé que te habrÃas enterado de la muerte de Don Herminio y habrÃas ido. Eran las cinco cuando Doña Nilda me vino a avisar del fallecimiento del vecino. Cuando entraba su silla desde la vereda se descompuso y cayó sin vida al suelo. Entonces fuimos con ella a socorrer a la viuda. Obviamente que para esa hora los mates ya se habÃan enfriado. ¿Tuviste que ir a algún lugar…? Timoteo sintió de golpe una tremenda confusión. Como que algunas neuronas le hubiesen explotado como fuegos de artificio contra el cielorraso, produciendo un poderoso impacto. -¿Pero qué hora es ahora?- le preguntó a Anita, y mirando el reloj de pared exclamó; - Pero no puede ser, son las siete menos veinte. Entonces, pasó a relatarle a su esposa lo que habÃa hecho y que no podÃa entender que habÃa pasado. Ella le respondió: -Mmm, Timoteo no me mientas. Con alguna sorpresa ya me vas a caer. Bueno nada, dejalo ahÃ… Esa noche en el velorio y observando el rostro del difunto, Timoteo seguÃa preguntándose que habÃa sucedido. HabrÃa llegado tan tarde a su casa, se habrÃa distraÃdo por el camino… Pero si fuera asà ¿habrÃa saludado a un fantasma? O será que ante la rutina de ver a Don Herminio todos los dÃas sentado en la puerta, ese dÃa, al no verlo igualmente imaginó verlo porque ya era la costumbre. Pero no, estaba seguro de haberlo saludado antes de meter la mano en el bolsillo para sacar la llave de la puerta. Esto se habÃa transformado en algo que nadie le podÃa creer y que a su vez le era imposible explicar y a su vez explicarse. Al otro dÃa el gerente de la fábrica lo envió en comisión a comprar herramientas para el taller de cobrerÃa. Salió de la empresa y se dirigió a tomar el colectivo sesenta para ir hasta el centro de la ciudad. Luego de quince minutos de viaje, el micro se detuvo ya que la avenida estaba obturada por varios camiones hidrantes, mientras los bomberos en gran esfuerzo intentaban apagar un incendio en el Power Bank. El transporte se desvió de su recorrido habitual tomando por otras calles para proseguir el trayecto. Luego de varios minutos, Timoteo se bajó en la esquina de la ferreterÃa industrial para dirigirse a ella y realizar las compras encomendadas. Observó minuciosamente las llaves de fuerza y las perforadoras, para luego hacer el pedido de una cantidad importante de ellas, que la casa comercial enviarÃa al otro dÃa a la fábrica. En ese momento irrumpió el sonido de sirenas de los coches bomba y Timoteo pensó para si, que los bomberos regresarÃan para el cuartel luego de haber extinguido el siniestro del banco. Miró hacia fuera y vio que cuatro camiones pasaban por la puerta en dirección contraria a la que habÃa supuesto. En ese momento por un flash de noticias que dejaba ver un televisor encendido dentro del comercio, un cronista hablaba desde algún lugar de la ciudad diciendo: -Estamos desde el Power Bank, donde se ha desatado un tremendo incendio. Las causas aún se desconocen, pero ya se está esperando a la guardia de bomberos, para que resuelvan la situación. En ese instante Timoteo creyó intuir que cosa era la que le estaba pasando, pero no podÃa saber porqué ni como. –Espero- pensó-, que sepan entender mis impuntualidades. |
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